Acabamos enero con el regalo musical del músico y alumno Chema Clavejas, que acompañado de dos músicos más, Alberto y Chema, nos deleitaron con una muestra de la versatilidad de los instrumentos de cuerda del folclor aragonés: guitarra, laúd y bandurria.
El viaje musical empezó contando la evolución del instrumento, apareciendo la primera guitarra tal y como la conocemos hoy en día en 1856 de la mano de un lutier almeriense: Antonio Torres.
Su antecedente fue la lira, en el tiempo de los hititas, allá por Persia (actual Irán) sobre el 1500 A.C.
En España la introduce Ziryab, en aquella espléndida Córdoba del siglo X.
Ya en el S XVI, con el Barroco temprano, tenemos la vihuela y aparecen partituras.
En el s XVII la guitarra es instrumento acompañante.
En el s XVIII gana la sexta cuerda.
A mediados del s XX aparece la eléctrica, añadiéndole una tabla y una pastilla. Fender la hace maciza.
El aire se llena con las Cantigas de Santa María del rey Alfonso X el Sabio, observando la nota sostenida y la melodía, base de la música medieval monacal.
El Romance anónimo y Mazurca «Mi favorita» nos llevan al s XIX.
Nos presentan el conjunto instrumental de guitarra, laúd y bandurria, tocando arreglos de Mozart (vals), pop de Beatles (Yesterday), folclor aragonés, música española ( El Baile de Luis Alonso), pasodoble… mientras el emocionado público acompaña el compás con palmas y pies.
Chema comparte chascarrillos como cuando empezó un concierto en la sala Mozart con la canción equivocada.
Se siente la emoción inmediata que nos produce el arte musical, la vibración llena de matices (alegría, hondura, nostalgia) que recorre el aforo.
En la pregunta sobre si se nace artista, defendieron que hay mucho trabajo detrás: práctica y práctica.
Explicaron las peculiaridades de la púa: cómo cogerla, grosor, apoyo… Así como armónicos (pulsar sin rasgar), arreglos con acordes aumentados (como una jota en La m).
¡Hasta de la manicura del guitarra hablamos! Limar, nunca cortar. Y esas uñas de plástico del segundo guitarra mundial, David Russell…
Con la zarzuela Gigantes y cabezudos y Los sitios de Zaragoza (y ese tambor que buscamos y no vemos…) termina este regalo para los oídos y el alma.
La labor del músico, acaba Chema, consiste en «hacer cantar» al instrumento, en darle sentido a la interpretación. Eso que un robot no hace.
Acabamos todos vibrando, cantando Clavelitos con un espontáneo a la guitarra.
Nos faltan manos para aplaudir.
¡MUCHAS GRACIAS, MAESTROS!
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